Por: Esperanza Chacón
He visto, que a las mamás y papás les asusta que su hijo o hija muerda a otras personas, porque una mordida en la mayoría de casos suele ser una agresión física violenta, que incluyen heridas graves, que pueden ser irreparables y dolorosas. La mandíbula en la mayoría de las especies tiene una fuerza potente.
Cuando una criatura muerde desde muy tierna edad comienza con el pezón de su mamá, como resultado de un juego sensorial gracioso que le resulta agradable, que se produce mediante el contacto físico corporal. La criatura cuando lo hace no mide la presión que ejerce, no distingue por sí misma los riesgos y podría ir en escalada hasta causar daño, y ampliar su acción a otros familiares de su entorno. Reiteramos sobre la urgencia de limitar.
Se recomienda pararlo de una, con firmeza y al mismo tiempo cariño, “No morder”, este mensaje directo transmitirlo con claridad y firmeza, sin dar cabida a explicaciones; simplemente parar para que no se normalice este acto tan violento.
En principio, es fundamental comprender ¿qué hay detrás de una criatura que muerde? ¿por qué ataca a otra persona con una mordida? Se sabe, que todo ser vivo viene equipado de un conjunto de recursos formidables para su sobrevivencia y cuando está en riesgo su integridad, es decir su proceso de vida, automáticamente se activa el sistema de defensa; entonces, se interpreta que, lo que le sucede a la criatura es que se siente en peligro y/o se encuentra sin salida.
La mordida como ataque es un mecanismo propio de la especie mamífera, felinos y reptiles, por lo que una criatura humana estaría activando un programa instintivo, en esta acción se concentra toda su energía, hay mamíferos que por la tensión que se produce en la mandíbula quedan remordidas sus fauces.
La agresión es en última instancia, el recurso que el ser humano activa instintivamente para salvaguardar su integridad cuando presiente un peligro.
Es primordial que se tome en cuenta todas las circunstancias que envuelven a la criatura, enfocar nuestra atención en la mordida como el último acontecimiento del momento, no permite ver la totalidad, por el contrario, lo que ocurre es que estamos mirando una parte ínfima de su vida; cada episodio en la infancia tiene relación con la integralidad de su ser; por consiguiente, toda su historia de vida y el entorno en el que se desarrolla están estrechamente vinculados.
Aquí cabe preguntarnos, ¿qué aspecto del ambiente familiar y las relaciones sociales lo está alterando? ¿Qué lo hace sentir invadido o atacado para reaccionar con agresiones?
La realidad pudiera ser, que la criatura está sintiendo en su interior una emoción de fondo –el dolor– o un vacío que se llena con angustia o ansiedad, suficiente causa para actuar instintivamente y para buscar la manera de aliviarse. Consideremos que toda emoción produce un tipo de química en el cerebro.
Cuando el organismo siente riesgo, las hormonas antiestrés proliferan e invaden el sistema de defensa, aumenta la producción de cortisol y adrenalina (se acelera el ritmo cardiaco, hay nervios, hay más tensión), por consiguiente, la química está en función de velar por la integridad del organismo. Un neurotransmisor responde a una determinada frecuencia y transmite información a otras neuronas y otras partes del cuerpo.
“La adrenalina es una hormona neurotransmisora que se convierte en un ángel de la guarda que nos proporciona todo el avituallamiento necesario para sobrevivir a un problema”. (…) todos sus efectos están destinados a enfrentarnos contra el peligro inminente en las mejores condiciones(…) Jorge Blaschke, (Cerebro 2.0,2013, p:86 )
Cierto día Rosita de 3 años muerde a su primo Pablito, porque él toma sus juguetes, ella comienza a desesperarse Primero grita, no quiere que tomen sus cosas, ella no entiende porque sus padres la incentivan a que comparta, comienza a manejarse con su propia ley, impide que tome sus cosas, le quita de las manos, las quiere esconder, “son mías” grita, no quiere compartir, pero la motivan a hacerlo. Como no siente el respaldo de sus familiares, está furiosa, ella se defiende mordiéndole y no hay quien la detenga.
Asimismo, en el caso específico de María de dos años, ella comenzó a estar celosa por la llegada de su hermana, por eso, se acercaba a la bebé y la mordía. También en el caso de Tommy (2 años) que está inmerso en una actividad individual, cuando otro niño lo interrumpe grita y reacciona a mordiscos.
Lo descrito evidencia que cuando nos sentimos invadidos, acosados o maltratados sentimos ira, celos o envidia, perdemos el control y reaccionamos con agresiones físicas. En la primera infancia se es más impulsivo y rápido. En el caso de morder, es actuar en defensa propia. Describo situaciones en su contexto, que nos permitirán analizar el por qué y la gravedad que esto representa.
Tal vez pensamos que tomar un juguete prestado, sin avisar, “no es para tanto” y si no lo es, porque nos sentimos mal y es por este sentimiento que conviene verificar las creencias, informaciones que tenemos y de paso revisar nuestra actitud para brindar una atención adecuada. Es vital como primer paso entender el estado de madurez de la criatura a nivel emocional, social y cognitivo. A la edad de tres años existe en la infancia predominio de un egocentrismo natural, en donde todo le pertenece; para él/ella “el sol sale para alumbrarle”.
Al entender el estado de desarrollo de una criatura, se constata que obligar a compartir cuando no quieren es contraproducente, porque les estamos induciendo a un estado de alerta innecesario, por lo que el organismo concentra su energía en la defensa y no en la creatividad, indispensable para su realización personal.
Que necesario, que nuestros hijos e hijas sientan que cuentan con nuestro amor y respeto, lo que significa que conozcamos sus necesidades, etapas y cómo preparar el ambiente para que este aporte a la armonía interior en cada ser y en el entorno familiar.
Esperanza Chacón
Semillero 2
Casa Sulá/Orion Educativo
San Mateo
San José-Costa Rica
Enero, 2021